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l otro
día llegue a la conclusión de que en Buenos Aires se puede hacer un viaje con
una banda sonora a tu lado y no la banda sonora que puedo llevar en mi radio o
en mis auriculares…me explico.
Ya
era hora de ir a casa, serian como las 12 del medio día y me disponía a tomar
uno de los colectivos cercanos a Plaza de Mayo que me acercan a casa. En
principio todo era igual, se me de memoria el recorrido que hace y por cada
punto que para a recoger y bajar gente pero en una de las primeras paradas subió
una persona joven de apariencia bohemia cargada con una gran funda negra pesada
y se le veía que aunque la incomodidad, la portaba con gusto. Hablo a la gente
algo que no pude escuchar y se puso casi al frente de mi en un huequito y saco
una sillita plegable y abrió la bolsa. En el portaba un Bandoleón instrumento
muy argentino asociado al tango y la milonga.
En
ese momento deje todo lo que estaba haciendo, cerré mi libro y me puse a mirar
por la ventana sintiendo el cambio que la ciudad generaba cuando suena de fondo
un bandoleón triste y bucólico
El
músico sentía cada nota del instrumento, no le importaba la incomodidad del
sitio ni quien entraba y quien salía, se dedicaba a tocar canciones típicas porteñas,
a hundir con sentimiento cada botón de galatita abriendo y cerrando el fuelle
para darnos un pequeño concierto al ritmo que el viaje se transformaba.
Empieza el camino por Avenida de Mayo llamada avenida cuando quiso ser bulevar parisino o quizá madrileño por su semejanza tanto en su trazado como en las fachadas que decoran esta médula porteña. Es en este punto la imagen me trasporta los libros de historia que he leído de hace 40 o 50 años atrás, aunque fácilmente pueden ser 60 en el que la avenida era el centro de las relaciones porteñas tanto sociales como políticas ya que desde esta zona se han derrocado gobiernos y algún gobierno ha derrocado pueblos también.
Justo a mi derecha veo por la ventana el mítico Café Tortoni, lugar fundado también por un inmigrante, esta vez francés o eso dicen algunas lenguas, con su fachada inconfundible y su aroma intelectual que con el fondo de la música me hace parecer ver como entran agazapados en su ropa para no ser reconocidos Gardel, Storni y Quinquela.
El
Obelisco se sitúa a la derecha en la siguiente parada, vigilada por la gran
efigie de Evita, esta construcción realizada bajo los estrictos parámetros masónicos
guarda muchas curiosidades, como la de la caja de hierro fundido que se sitúa
en la parte superior y que cuentan que dicen que hay una carta dedicada a
aquellos que quieran derribar el obelisco. Estoy seguro que conociendo la
naturaleza humana habrá quien quiera derruir esta obra por la simple curiosidad
de saber qué es lo que guarda dicha caja. O quizá lo que el jefe de maquinistas
que fue quien levanto esta obra se quería referir con su carta en modo metafórico
a quien quiera derrumbar este país…
Cuando
la música para, me encuentro en la plaza del Congreso lugar de leyes y normas y
curiosamente casa de los mayores robos y desfalcos a este país hace tiempo
delante del Edificio principal había una estatua dedicada al perdón, quizá con
el tiempo vieron que era más fácil cambiar de sitio al monumento que absolver
de los pecados a los políticos.
La
música hace transformar cada rincón de esta ciudad, la vuelve mágica y hace que
se muestren imágenes pasadas que quedan ajenas a la memoria de muchos, la música
nos da esa sorpresa de invocar los viejos artistas que bien en la calle o bien
en los más prestigiosos cabarets endulzan nuestros oídos a cada momento.
Alguien
rezó una vez que “La arquitectura es una música de piedras y la música, una
arquitectura de sonidos”